dimecres, 23 d’abril del 2014

Nuestra educación española


Autor: Eduard Punset 20 abril 2014
En comparación con los de otros países cercanos, nuestro sistema educativo sale muy mal parado. Pero ¿hemos aprendido algo a raíz del debate que se ha generado alrededor? No me voy a fijar en las cartas que me han enviado decenas de jóvenes para darme innumerables razones que explican el desconcierto imperante en la educación primaria y secundaria, porque una de las razones que explica ese desconcierto es, precisamente, que se atiende más a los jóvenes que a los expertos.
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Una aula del pasado (imagen: William Creswell / Flickr).
Pero mientras educandos y expertos solventan este problema, podemos aprovechar la ocasión para adelantar algunos aspectos que ya nadie discute.
  • Primero. Es preciso evitar que los estudiantes anden solos, desangelados, hundidos por la tristeza que da la falta de apoyos; hace falta indagar en la tristeza heredada para proponer soluciones y no confiar, únicamente, en la providencia.
  • Segundo. Es mejor planificar acompañado que solo. Estudios efectuados en universidades norteamericanas demuestran que la compañía no solo amplía el ámbito de las soluciones concretas, sino la propia esperanza de vida.
  • Tercero. El organismo responde mejor a las demandas de la vida cotidiana cuando, en lugar de perseguir exclusivamente el interés personal, se busca el bien de los demás. Saber ponerse en el lugar del otro, empatizar con el resto, no se ha establecido todavía como norma de conducta, y es fundamental.
  • Cuarto. El trabajo en equipo es básico en la vida educativa. Nuestra sociedad aún no ha sabido medir adecuadamente que las soluciones fruto de la colaboración entre varias personas que persiguen idéntico objetivo tienen mayor impacto que el esfuerzo solitario.
  • Quinto. Hay que aprovechar mejor las llamadas “políticas de prevención”, que consisten en el estudio detallado de los beneficios que aporta un adelanto tecnológico y de los costes que implica tanto su ejecución como que deje de funcionar por una u otra razón. Debemos implicar a todos en el esfuerzo colectivo que supone descubrir y poner en marcha esos medidas de prevención social que nadie ha descrito todavía y que supondrían un ahorro enorme en las políticas de transporte, investigación y promoción personal y colectiva.
  • Y sexto. Hay que pedir al Estado –o a lo que queda de él– que se ponga enseguida a trabajar en aquellas medidas que ya se ha demostrado que serán capaces de doblar en diez años el esfuerzo colectivo. Entre esas medidas probadas –que no requerirían un aporte de dinero extra procedente de los Presupuestos del Estado– y que tendrían un impacto inmediato estarían las siguientes:
    • Entrenar a los jóvenes para aumentar su capacidad de concentración.
    • Enseñarlos a trabajar en equipo, porque lo que viene es eso y hay pocos maestros especialmente preparados.
    • Aprender a explotar al máximo el uso de las redes sociales. Sin ese conocimiento, nadie podrá enfrentarse a la enormidad de la información disponible ni a la necesidad de aumentar la innovación.
    • Desatar una “guerra santa” contra la especialización excesiva y tomar conciencia de que solo recurriendo a la multidisciplinariedad aprenderemos a sustentar el nuevo conocimiento.
    • Preparar a la gente joven, desde buena mañana y todos los días, para cambiar de opinión.
    • Establecer la idea de que las verdades científicas tienen fecha de caducidad.
    • Permear en las escuelas la idea de que el poder de la decisión ha aumentado de modo insospechado mientras ha disminuido el poder genético. Antes, genes y conducta contaban por igual; ahora, los jóvenes saben que pueden innovar aprendiendo de los demás.
Los jóvenes de países que sigan algunos de estos consejos se colocarán en la avanzadilla de los innovadores deseados. Gracias por anticipado.

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